viernes, 27 de junio de 2008

Violencia


Todos vivíamos en comunidad, en una casa pintada con colores alegres y muy agradables. Pero ese día entré y algo no estaba bien.
Carolina estaba acostada boca abajo sobre uno de los colchones llorando muchísimo, y su pareja la tomaba de los pelos y le refregaba el rostro contra la almohada.
Todos intentábamos acercarnos pero él, con una furia enorme nos alejaba amenazante… creo que tanta violencia nos hacía verlo más grande aún de lo que era en verdad.
En un momento la soltó pero ella apenas podía moverse, estaba toda lastimada y sobre su nuca se veía cómo la sangre apelmazaba su lacio cabello.
Se fue de la casa tirándonos todo lo que encontraba a su alrededor, incluso el velador con pantalla de paraguas amarillo que estaba en la mesa de luz, desenchufándolo de un tirón.
Entre llantos le gritaba que por favor parara, y en mi pecho sentía una opresión como si la angustia se hubiera materializado en una sustancia dura y fría como un bloque de hierro a la altura de mi corazón.
Al verlo bajar las escaleras y salir a la calle, recordé que los chicos estaban solos en su habitación, de modo que fui a ver cómo se encontraban.
Uno de los varoncitos gateaba por el piso cual si no pasara nada, mientras que la nena de unos once meses le decía a un nene de su misma edad que estaba embarazada, y que le dijera qué pensaba hacer porque era terrible que tuvieran un bebé a tan corta edad, debido a que íbamos a tener que cuidarlo nosotros, los grandes... el futuro pequeño papá la miraba indiferente.
Con mucha confusión salí a la puerta de calle y ví que él se acercaba nuevamente, le grité que no entrara, que el juez no se lo permitía! Pero me empujó contra una pared y entró golpeando fuertemente a todos los que se le cruzaban. Desde el lugar donde quedé tirada y dolorida, se escuchaban unos gritos espantosos y podía percibirse el olor a sangre… lo último que pensé fue que seguro los había matado a todos.